LEYENDA DE LA CASA DE LOS ENAMORADOS
del libro - Historias que Kulima....
En un bosque del sur,
cuentan una leyenda que habla de la palabra
Se dice que se
conocieron por caminos de la vida, que intercambiaron miradas y después se
fueron de ellos mismos, para necesitar saber el uno del otro y escribirse.
Cartas distraídas
comenzaron a viajar por el sendero de los lagos, la espesura de las ciudades
pobladas de palabras vacías. Atravesaron el mar hasta enquistarse en una y otra
mirada, juntarlas, amalgamarlas y dejar que pusieran formas de reencontrarse.
En la época de las
frutas de carozo ella hablaba con sonidos de miel y repasaba mitos orientales.
Buscaba en los sonidos…canciones
No son frecuentes los encuentros en bosques
del sur llevados por la palabra y menos entre personas que solo buscan ser
poesía.
Vecinos de la zona
dicen que alguna vez vieron bajar un hombre desde la zona del Dique Ameghino
que llevaba en sus espaldas una luminosa mochila con libros de los autores mas
reconocidos y menos leídos, que en él pasaban a ser los libros más bellos de la
zona.
Otros lugareños
hablan que una mujer con largas polleras y los ojos de páginas de arroz
recorría la ruta del desierto dejando sobre las rocas milenarias las marcas de
su sexo.
Lo cierto es que en
un lugar del sur, cerca de los bosques que rodean un lago, ellos se encontraron
y sin mediar palabras abrieron sus libros, sirvieron té con sabor a mosqueta y
michay y dejaron que las palabras fueran parte de las miradas.
Ella mojaba su dedo
índice en la boca de él y pasaba hojas que leía en silencio y que él escuchaba
desde su alma. La ceremonia hacia que durante toda la noche las velas
estuvieran prendidas y que desde la chimenea se esparcieran humos rojizos y
azules.
La casa del bosque
tenía un caminito de piedras que eran pisadas por enamorados que se acercaban a
ver por la ventana la ceremonia de las lecturas en silencio. Muchos regresaban
diciendo que la casa estaba vacía y las viejas del pueblo aseguraban que en
ellos no había amor por eso no podían sentir su presencia.
La casa se fue
llenando de libros que dejaban en la puerta con dedicatorias de todo tipo,
algunas personales entre las parejas que asistían y otras dedicadas a la pareja
que supuestamente vivía en la casa.
Siempre se habló de
la magia de la lectura en silencio, pero fue una primavera, de esas que nadie
repara en los visitantes, que se hizo presente en la zona una pareja de
viejitos que quisieron acercarse a la casa del bosque.
Se alojaron en el
hotel del pueblo y por la mañana bajaron al comedor con una edición muy vieja
del Violín del Diablo, de González Tuñón y otro libro sin tapas de 1929, El
Amor y la Poesía
de Paul Eluard. Los dos reían y la moza dice haber escuchado que eran los
libros con lo que se habían enamorado hacía más de 70 años.
Luego del desayuno,
con dos sombreritos de exploradores y una mochila que sorprendía por tener un
dibujo de The Beatles, salieron caminando hacia la casa del bosque.
Regresaron muy arde,
ella aun tenía los ojos con lágrimas y él reía maravillado en su expresión.
La moza, que era una
escéptica que consideraba que todos los que subían no veían nada y sólo lo
hacían para sacarse fotos y mostrarlas a los amigos mas místicos, los escuchó
comentar antes de la cena la belleza de haber vivido esa experiencia.
- pero ¿los vieron?
- No solo los vimos, sino que tomamos el té con ellos. Tenían la misma
edición de Paul Eluard y durante tres horas compartimos las lecturas en
silencio y escribimos poesía.
Todos los que estaban
en el hotel los miraron a sabiendas que los viejitos mentían, pero les produjo
mucha ternura pensar que a esa edad aun creían en la Fábula de las Palabras.
Pidieron la cena y él
leía un libro en silencio mientras ella se emocionaba como si estuviera
escuchando lo que leía. El resto de los comensales de esa noche no podían dejar
de mirar a los viejitos y la moza escéptica había comenzado a dudar de su
posición.
Pidieron de postre
milhojas y licor de grosellas y aun en silencio la mujer comenzó a meterle los dedos en la boca a su compañero y cuando
los sacaba casi babeando, apoyaba sus dedos en un cuaderno, escribiendo las
poesías más bellas de amor, que fueron dejadas en la Casa del Bosque y aun hoy son
leídas por los enamorados que juran amor eterno.